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Childe Roland a la torre oscura llegó.

Mi primera idea fue que mentía en todo,
aquel viejo lisiado de ojos maliciosos,
observando con recelo el resultado de su mentira
en los míos, apenas capaz de ocultar
el regocijo que le arrugaba y perfilaba la boca,
por haber logrado así una nueva víctima.
¿Qué si no podía pretender con su bastón?
¿Qué, salvo atacar con sus mentiras, engañar
a los viajeros que lo encontraban allí apostado
y preguntaban por el camino?

 Imaginé
la risa de calavera, la muleta escribiendo alegre
en el polvo, para divertirse, mi epitafio.
Si decidiera seguir su consejo y tomara
esa amenazadora senda que, todos dicen,
conduce a la Torre Oscura.

 Pero consentí seguirla
como me decía, no por orgullo ni loca
esperanza de encontrar el final deseado, sino más bien
por la alegría de encontrar un final.

Porque, a pesar de vagar por el mundo entero,
a pesar de mi búsqueda de dos años ya,
mi esperanza es ahora una sombra incapaz de soportar
la estridente alegría del futuro éxito.
Apenas traté de impedir el reproche de mi corazón
que así  encontraba el fracaso a su alcance.
Como un hombre enfermo cercano a la muerte
parece de hecho muerto, y siente tanto el inicio
y el fin de las lágrimas, como el adiós de los amigos,
y los oye comentar que prefieren salir
a respirar con más libertad ("porque todo acabó -dijo- ,
y este golpe no se cura con lamentar").
Mientras algunos discuten si habrá espacio
cerca de las otras tumbas para la suya cavar,
y cuál es el día ideal para el cadáver trasladar,
cuidando de pañuelos, música y estandartes,
el hombre lo oye todo, deseando no desmerecer
un amor tan constante y allí permanecer.
Así, tanto había sufrido en esta búsqueda,
tantas veces me había profetizado el fracaso, tanto
me habían sentenciado a formar parte del grupo (a saber,
los caballeros que a buscar la Torre Oscura
se encaminaron) que fallar parecía lo más apropiado;
 sólo quedaba una duda: ¿seré adecuado?
Calmo como la desesperanza di la espalda
a aquel odioso lisiado; me alejé de él
hacia el camino indicado. Temible día había sido
y la oscuridad a su fin lo llevaba,
más todavía lanzó una lúgubre mirada escarlata
para ver como el llano a su presa capturaba.
¡Pero, ay! En cuanto hube entrado en el llano,
después de dar uno o dos pasos así contados,
al detenerme a volver la mirada por última vez
hacia el sendero seguro, éste ya no estaba;
llanura gris por doquier hasta donde alcanzaba la vista.
Podía seguir, ya que nada por hacer quedaba.
Y así seguí. Creo que nunca vi naturaleza
tan yerma e innoble; nada crecía allí y,
en cuanto a las flores... ¡mejor buscar una tupida arboleda!
Pero lucérnulas, euforbios, según su ley
podían propagarse, diría yo, sin causar asombro,
y una ortiga habría sido un enorme tesoro.
¡No! Penuria, quietud y muecas, de algún modo
que no entiendo eran la sal de aquella tierra.
"Mira o cierra los ojos -decía enojada la natura-,
no hay remedio, no puedo evitarlo: el fuego
del juicio final curará el lugar, calcinará la tierra
y a todos mis prisioneros liberará."
Si algún cardo roto se elevaba por encima
se sus compañeros, la cabeza le cortaban:
los torcidos sentían celos. ¿Qué rasgaría así
las duras hojas marrones del embarcadero,
amoratadas para impedir toda esperanza de verdor?
La bestia asesina, con intenciones de bestia.
Y la hierba, era tan escasa como el pelo
de un leproso; delgadas hojas secas pinchaban
el barro que bajo ellas parecía amasado con sangre.
Un ciego caballo, todos sus huesos al aire,
estupefacto parecía ante el porqué de su llegada:
¡expulsado de las caballerizas del diablo!

¿Vivo? Podría estar muerto por lo que sé
con el descarnado cuello rojo estirado
y los ojos cerrados bajo aquellas oxidadas crines;
raro es ver juntas tal monstruosidad y desgracia;
nunca vi un animal al que más odiara, porque malvado
sería para merecer tamaño dolor.

Cerré los ojos para mirarme el corazón.
Como un hombre pide vino antes de la batalla,
pedí un trago de mis antiguos recuerdos más alegres,
para así poder cumplir mejor mi cometido.
Piensa primero, lucha después... el arte de un soldado es:
un sorbo de los viejos tiempos y estaré listo.

¡Eso no! Vi el enrojecido rostro de Cuthbert
bajo sus adornos de oro rizado, querido
amigo, hasta que casi sentí que colocaba su brazo
en el mío, para dejarme listo en mi sitio,
como solía. ¡Ay, la desgracia de una noche!
Allá fue el fuego de mi corazón, dejándome helado.

Después Giles, el alma del honor... allí está
franco como hace diez años, cuando caballero  lo nombraron.
Lo que cualquier hombre honesto se atreva a
hacer (dijo) él se atrevía.
Pero la escena cambia, ¡no!
¿Qué verdugo clavó un pergamino en su pecho? Sus socios
lo leyeron. ¡Pobre traidor, maldito y vejado!

Mejor este presente que un pasado así;
¡de vuelta hacia mi oscuro camino una vez más!
No se oye ni observa nada hasta donde la vista alcanza.
¿Enviará la noche un murciélago o un búho?,
pregunté; cuando algo en el sombrío llano mis pensamientos
detuvo y cambió en un instante su anterior curso.

Un pequeño riachuelo mi camino cruzó,
tan inesperado llegó como una serpiente.
No eran aguas perezosas, tristes como todo el lugar;
aquella marea espumosa podría bañar
los relucientes cascos del demonio, la corriente negra
rabiosa salpicada de escamas y espumas.

¡Tan pequeño como malvado! Por todas partes
los bajos alisos se inclinaban sobre él;
los sauces mojados se lanzaban de cabeza, airados
con muda desesperación, multitud suicida:
el río que les había hecho tanto mal, el que fuese,
seguía fluyendo, sin desaliento por ello.

Mientras lo vadeaba, santo Dios, ¡cómo temía
pisar la mejilla de un hombre muerto a mis pies,
o sentir que la lanza con la que el suelo del río exploraba
en su cabello o en su barba se enredaba!
Tuvo que ser una rata de agua lo que ensartaba, pero,
¡ay! sonó como el lamento agudo de un bebé.

Con regocijo salí en la orilla opuesta,
esperando un paisaje mejor. ¡Vano presagio!
¿Quiénes habían allí combatido, qué guerra libraron
para que su salvaje paso aplastara así
el húmedo suelo? Cual sapos en un tanque envenenado
o gatos en una jaula de hierro al rojo...

La batalla debió ser en aquel llano yermo.
¿Por qué aguardaron allí, con toda la llanura
a su alcance? Sin huellas que llevaran a aquellos chillidos,
ni huellas que salieran. Una poción extraña
alteró sus sesos, como los de galeras que los turcos
enfrentan por juego, cristianos contra judíos.

Y más que eso, un trecho adelante, ¡sí, allí!
¿Para qué aquel motor, aquella rueda -freno,
no rueda-, aquella grada adecuada para devanar
cuerpos humanos, como seda? Con el aspecto
de la herramienta de Tophet, sobre la tierra abandonada,
o traída para afilar sus dientes de acero.

Después un terreno talado, otrora bosque,
y un pantano, al parecer, aunque ahora es
tierra desesperada y sola; (¡así un loco se entretiene,
hace algo, lo estropea, hasta que su humor
cambia y se detiene!); a lo largo de un cuarto de acre:
ciénaga, restos, lodo, arena y negro vacío.

Ahora manchas inflamadas, con colores vivos
y horribles, ahora retazos en los que la tierra
árida se tiñe de musgo o sustancias como tumores;
después de un roble paralizado, con una grieta,
como una boca distorsionada que se abre
para contemplar la muerte, y muere en retirada.

¡Y tan lejos como siempre del ansiado fin!
¡Nada en el horizonte, salvo la noche; nada
que conduzca mis pasos adelante! Al pensarlo, un gran
pájaro negro, la mascota de Apolión,
pasó volando, aunque sin batir sus alas de dragón,
y me rozó. ¿Sería la guía que buscaba?

Porque, al elevar la mirada, fui consciente
de que, a pesar del crepúsculo, el llano había
dado paso a las montañas, por dar tal nombre a aquellos
simples cerros y montes que feos tapaban la vista.
Cómo me sorprendieron de tal manera, no tengo claro.
Cómo salir de ellas tampoco estaba resuelto.

Pero me pareció reconocer algún truco
malicioso que, dios sabe cuándo, me ocurrió,
quizá fuese en un mal sueño. Aquél era pues el final
del avance por el camino. Cuando, a punto
de rendirme, una vez más, oí un ruido, un chasquido
como una trampa al cerrarse y dejarte dentro.

Todo volvió a mí como en una llamarada:
¡sí, era el lugar! Dos colinas a la derecha,
agachadas como dos toros cuerno con cuerno en lucha;
y, a la izquierda, una alta montaña pelada...
Zopenco, viejo loco, dormirme en el preciso instante,
¡después de una vida esperando aquel paisaje!

¿Qué se elevaba allí, si no la Torre misma?
La achaparrada torreta redonda y ciega
como el corazón del loco, de piedra marrón, sin igual
en el mundo entero. El elfo de la tempestad,
burlón, señala al marinero, y la flecha invisible sólo
golpea cuando los barcos ya van a zarpar.

¿No la ves? ¿Quizá por ser de noche? ¡Bueno, pues
el día regresó a tal fin! Antes de marchar
la puesta de sol moribunda atravesó una hendidura:
las colinas eran como gigantes de caza,
con la barbilla en mano, para ver la presa acorralada:
"Apuñala y acaba con ella... ¡hasta el mango!".

¿No lo oyes? ¡Si el ruido lo llena todo! Tañido
creciente, como una campana. Oigo los nombres
de todos los aventureros perdidos, mis iguales, de
cómo uno era muy fuerte, el otro valiente
y afortunado un tercero, pero, todos ellos, ¡perdidos!
Tocaba a difuntos por la tristeza de años.

Allí estaban, en laderas apostados,
reunidos para contemplar mi final, ¡un marco
viviente para un último cuadro! En un lienzo de llamas
los vi y los conocí a todos. Sin embargo,
valeroso, me llevé el cuerno a los labios
y soplé.

"Childe Roland a la torre oscura llegó"
Robert  Browning.1855

Thomas Moran "Childe Roland to the dark tower came. 1859.




La torre oscura. Stephen King. 1982-2012.

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