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Impulsos y desconexiones: Diecinueve.



 Con viento del este hiciste una cama,
soplaste sobre ella para templarla
y con el murmullo de tu voz de agua
me cantabas nanas sin letra.

Y dormíamos tan juntos que amanecíamos siameses,
y medíamos el tiempo en latidos.
Y en tus dedos yo tocaba mis canciones,
dedos de teclas de celesta.

Y tu pulso tamborileaba en mis sienes y muñecas
como diminutas patas de ciempiés,
y nos repartíamos los labios y los dientes y el hipo
y del alfabeto las impares.

Y en tus dedos yo tocaba mis canciones,
dedos de teclas de celesta.

Y en tus dedos yo tocaba mis canciones,
dedos de teclas de celesta.



 
Todas querían ser esa mujer despeinada que nadaba en ríos metafísicos, mientras, expectante, los ojos de Oliveira esperaban que el azar estuviera de su lado para ver su silueta cruzar el Pont des Arts. Ella era capaz de romper los puentes parisinos con sólo cruzarlos.

Julio Cortázar nació hace 100 años y uno de sus grandes legados fue Rayuela, una pieza lúdica, de encuentros azarosos y una tabla de navegación que permitía al lector tomar el timón de su lectura. Esta novela no sólo rompió esquemas de escritura, lenguaje y lectura, también fue capaz de idealizar a una mujer, con la misma vena “fatalista” que los poetas malditos, pero con el absurdo del patafísico Alfred Jarry.

Ya pasaron 50 años de los encuentros parisinos entre Horacio Oliveira y Lucía, pero esta musa metafísica sigue cautivando generaciones de mujeres que viven bajo el eterno complejo de La Maga.
Rayuela
La novela no descubrió a un personaje al que le gustaría parecerse, sino que el autor argentino la hizo sentir, pensar y respirar como La Maga, y al igual que millones de mujeres, reconoció en ella las posibilidades de la libertad.

 La escritora y periodista Alma Guillermoprieto conoció la novela en 1968, y según expresó durante su participación en la Cátedra Julio Cortázar en 2008, en Rayuela no descubrió a un personaje al que le gustaría parecerse, sino que el autor argentino la hizo sentir, pensar y respirar como La Maga, y al igual que millones de mujeres, reconoció en ella las posibilidades de la libertad.

“Entró en las páginas por derecho propio, en libertad total y siempre al borde del desastre”, dijo entonces Guillermoprieto. “No me importó que no me pareciera a ella; no existía en mis lecturas otro escritor que ofreciera a las mujeres en embrión una manera de ser femeninas que nos permitiera ser rebeldes; la libertad definía a La Maga”.

Aunque muchas mujeres soñaron o creyeron ser La Maga, entre ellas la poeta Alejandra Pizarnik, no todas las lectoras de Julio Cortázar quisieron ser esta mujer fumadora de Gitanes, espontánea, loca, naïve y casi neófita en las discusiones intelectuales muy “elevadas”. Una de ellas es la escritora Ana Clavel, para quien esta musa casi divina, era en realidad poco transgresora.

Clavel fue tocada por la magia del universo rayueliano, pero no por La Maga. Aunque recuerda que muchos hombres cruzaron océanos para tratar de encontrar la suya.

“A los primeros lectores de Rayuela, una generación anterior a la mía, les sirvió como una suerte de educación sentimental de su época. Para esa generación con ciertas pretensiones intelectuales, tanto el modelo de Oliveira como el de La Maga se convirtieron en iconos de un modo de ser contemporáneo de vanguardia, que rompía esquemas”, opina la escritora, quien adjudica la fascinación que despierta el personaje, por la manera que Cortázar tiene de presentarla: “una mujer para ser admirada, para ser reverenciada, que te hechice como hada mágica. Es esa mirada masculina que cifra en la mujer una suerte de misterio y que se relaciona con ella sin realmente tener un entendimiento”.

Carmen Boullosa confiesa que tampoco se identificó con La Maga, pero siempre soñó con estar en las filas de Cortázar: vivir la vida bohemia, plagada de música y creer que las utopías podían hacerse realidad.

“¿Alguna vez quise ser La Maga? No. ​La Maga era lánguida y jazzera; yo amaba el rock y quería ser escritora.​ ​Mis ídolas cantaban rock o estaban en las peñas, yo quería ser como ellas. Vestir faldas muy cortas y huipil”, dice la novelista.

“Nunca fue un modelo para mí. Sí ​en cambio, era un modelo​ la novela donde ​La Maga flota, como una ilusión​. Esa novela​ juguetona, movible, lírica, cargada de ideas, de humor, de alegría juvenil, me marcó”.
La Maga ha fascinado a hombres y mujeres, ha inspirado blogs, ensayos y conferencias, a pesar de que este personaje está alejado de toda perfección y en ocasiones es minimizado por el mismo Oliveira, por su falta de cultura. Pero en el instante en que ella desaparece, la mujer pasa a un terreno más celestial y se convierte en ese amor platónico, que ni el azar podrá volver a juntar.

Clavel recuerda que los diálogos de este personaje raro y enloquecido no eran fuera de este mundo, y menciona el capítulo de la muerte de Rocamadour, cuando Lucía está tan perdida en su aventura existencial, en sus locuras y en su vida amorosa, que su hijo muere a causa de su descuido.

“Hay que ver a La Maga de una manera más crítica, más que esta idea sublimada del eterno femenino. Es la mirada de Cortázar, de Oliveira, que le adjudica esa carga mágica, lo que la hace convertirse en esta suerte de eterno femenino, que los hombres se han fabricado y que las mujeres respondemos a ese arquetipo de manera soñada”.
La musa original

Alejandra Pizarnik, por su cercana relación con Julio Cortázar y por haberlo conocido de manera incidental en París, pensaba que era la inspiración. Aunque Cortázar nunca se lo negó a su amiga, quien se suicidó en 1972, años después el autor le diría en una carta a Ana María Barrenechea que Pizarnik no era La Maga, que la había conocido ya terminada la novela.

“Yo creo que la verdadera inspiración está en André Breton, en Nadja. Es un claro homenaje a Breton y en ese sentido a la admiración de Cortázar al surrealismo que de algún modo lleva las ideas dadaístas a su plenitud en una literatura lúdica que pasa más por una suerte de tanteo de los sentidos, que aproximarse a las verdades de una forma que deja mucho al azar que funcione”, opina Clavel.

Hace unos años, La Nación de Argentina publicó una entrevista con una mujer octogenaria de nombre Edith Aron, la verdadera Maga. Ella habló de sus encuentros con el argentino, muchos gobernados por el azar, otros no, y que el autor efectivamente le dijo que se había basado en ella para Rayuela y que la muerte de Rocamadour significaba la muerte del amor de Oliveira por Lucía.

Aron vive en Londres, en el anonimato, y sin poder perdonarle a Cortázar el haberle quitado las traducciones que ella hacía al alemán de su obra porque, dijo, el autor se quedó con la imagen de La Maga inocente, la misma que en Rayuela no podía integrarse a las discusiones literarias del Club de la serpiente.

Con Rayuela, Cortázar ha inspirado a escritores de todo el mundo, y si bien La Maga fue el arquetipo femenino que volteó “como calcetín” la mente de muchas jóvenes de su tiempo y de la siguiente generación, el influjo se ha diluido, naturalmente, con el tiempo; pero no lo suficiente para desaparecer. Hoy en las redes sociales pueden encontrarse aún decenas de Magas que nadan en ríos metafísicos y cruzan puentes confiadas en que el azar las lleve a encontrar a un Oliveira con el que jueguen a ser cíclopes mientras sus bocas luchan tibiamente.

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