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Buenas Vibraciones. Smash

Buenas Vibraciones

El concierto fue muy bueno. Smash era, en esa época, un grupo underground; rock, blues y baladas eran la base de su repertorio, todavía cantaban en inglés y sus éxitos eran: “I left you”, “Scouting”, “Forever walking” y otras de ese tipo, pero también hacían versiones como “Little Wing” o “Red House” de Jimi Hendrix, “Paint it Black” de los Rolling Stones y muchas improvisaciones.

El público de la caseta de los estudiantes de Utrera los conocía y les gustó, supongo que los discos que salían de las cercanas bases americanas de Morón y Rota, contribuyeron, junto con Pepe, el director de la caseta, al extraño fenómeno de que en Utrera, bastión del flamenco, cada año en septiembre en la feria se programasen actuaciones de los más nuevos grupos españoles de rock. Rock progresivo como le llamaron las discográficas, que en esas fechas del año 70 habían sacado ya sus discos. Los Tormentos fueron los teloneros y esos eran puro rock duro, sin duda los primeros en hacerlo en toda España. Luego los hermanos Diego y Ángel, con Luis y Pepe, pasaron por una mala traducción de ser Los Tormentos a ser The Storm, y tocaban “Smoke in the water” mejor que los Deep Purple.

En los Smash, Gualberto se había ido a Estados Unidos y a la base compuesta por Julio Matito y Antoñito se les unió como guitarra Henry, un hippy danés que encontramos en la playa tocando el violín y Silvio como cantante percusionista. Esa fue la formación que tocó en Utrera. Miguel Ángel Iglesias, amigo de Silvio y gurú de los freaks sevillanos vino a la actuación y cuando terminó el concierto, mientras yo recogía el equipo, se fueron a dar una vuelta por la feria. La cobranza de la actuación fue una tragedia, porque entre Silvio y Miguel Ángel se habían bebido el manso y nos lo descontaron a lo bravo, quedando una bolsa ridícula que casi no daba para seguir el viaje hasta Madrid, donde debutábamos al día siguiente, lunes, en Top Hat Morrison, en la Gran Vía, donde actuarían tarde y noche hasta el domingo. Es decir, ¡una semana de actuación diaria en Madrid! algo importantísimo para la fama y la economía del grupo.

Amaneciendo ya, y con prisa para salir de viaje terminé de meter el equipo en la furgoneta y fui a buscarles por la feria, que estando en su último día ya estaba desmantelándose, al rato los encontré en una pequeña caseta privada inmersos en una seria juerga flamenca. El ambiente era de enorme respeto, estaba cantando don Antonio Mairena, yo no sabía quién era pero me impresionó y me senté con Smash, que con sus pelos largos habían caído en gracia a los flamencos y estaban con ellos haciéndoles compás. Como road-manager, en ese momento responsable de sus contratos, intenté sacarlos de allí, pero mis 19 años recién cumplidos y el respeto por ¡el Arte! del ambiente, me convenció de que eso que estaba pasando allí, según nuestra ideología, era más importante que cualquier contrato, y me senté a disfrutar del cante que con don Antonio alternaban, quien luego me enteré que eran la Fernanda y la Bernarda de Utrera, de modo que aquello era como un éxtasis místico y así, calladito me quedé, dejando que el compás y los canutos me embriagaran como a los demás.




Estaba el sol en su cenit (je, je) cuando se disolvió la fiesta y era ya evidente, que con la furgoneta que teníamos, no llegaríamos a tiempo de poder actuar en la sesión de tarde en Madrid, quizás tampoco en la de noche. Pero el contrato era de una semana y además, ya se sabe, siempre hay que llegar a la gala, así que no sin trabajo y discusiones subimos a la furgona para irnos. Antes tuve que bajar a Miguel Ángel que se había camuflado de polizón entre los amplificadores Marshall. Incluso sin él ya era difícil que aquella vieja Volkswagen que habíamos comprado por 25000 pesetas pudiera con el equipo y cinco personas, así que después de discutir con Miguel sobre lo imprescindible o no de sus buenas vibraciones para el éxito del grupo:

-Ti, ti, tío, que mis vi, vibraciones son buenas pal grupo, tío.

-Que si, Miguel, pero no puedes venir, no cabes, tío, somos ya cinco.

-Y, y, y, ¿qué más da, tío?, seis mejor que cinco, más amor, más rollo, más vibraciones.

-Que no, Miguel, deja que nos vayamos que es tardísimo ya. 
-Tú lo que tienes es miedo, tío, miedo de tó, que si cinco que si seis que si el tiempo que si el dinero, ¿qué más da, tío? esta noche hemos triunfao y luego cuando lleguemos a Madrid, otra vez; y si no voy yo será diferente, tengo que ir tío, ¿no lo ves?

-Miguel, ¡qué no!

Y no recuerdo cuantas cosas más pero muchas, muchas discusiones: Silvio decía que con Miguel era mejor, Julio sin querer cortar el rollo pero que no, que se quedara, Antoñito rezongaba ya sentado diciendo que no comprendía nada y Henry sentado a su lado sonreía.

Bueno, nos fuimos sin Miguel y salimos con medio día de retraso; la furgoneta tomó rumbo a Écija camino de Madrid. Desde el principio la furgona no iba bien, le patinaba el embrague o algo así; el caso es que andaba pero despacio, muy despacio, y en las cuestas arriba era tremendo, se venía abajo y las subía con poquísima convicción de que podría con la próxima. En fin, ya era de noche cuando llegamos a Despeñaperros y ahí ya tuvimos que bajarnos para empujarla, conseguimos pasar pero en la cuesta abajo de llegada a Almuradiel, con la velocidad, fue cuando se le salió la biela por el costado y no dio más de sí.

-Chungo tío- decía Julio.

-Ojú que corte de rollo- opinaba Antoñito.

-Que mala suerte- se quejaba Henry.

-¿Lo ves tu tío? Por chungos, por malas vibraciones, con Miguel Ángel no habría pasado.

-Venga ya Silvio, con Miguel se nos rompe antes- decía yo.

-Pues hubiera dado igual, al final estaríamos parados y yo preferiría que Miguel estuviese aquí.

Conseguimos empujarla hasta el hostal más próximo desde donde llamé a Madrid para decirles que un accidente con rotura nos había impedido llegar pero que mañana debutaríamos sin falta. Al no hablar con el jefe no hubo problemas, me cogieron el recado y me desearon suerte, por esa parte todo parecía ir bien. Localizamos a un mecánico que nos aseguró que por la mañana lo arreglaba y cansados de no dormir la noche anterior y un viaje transcurrido entre porros, discusión sobre las vibraciones de Miguel Ángel y bajadas a empujar, comimos bien y nos dormimos.

El arreglo por la mañana era imposible, estaba gripada y reventada, además después de pagar el hostal con la cena y desayuno, prácticamente no le quedaba dinero a nadie; entonces llegamos a un acuerdo con un camionero al que le dábamos nuestra furgoneta a cambio de que la subiera a su camión y nos llevara a Madrid con el equipo.

Así conseguimos llegar a TOP HAT MORRISON en la Gran Vía madrileña, justo a tiempo para descargar, montar y tocar en sesión de tarde, es decir, con unas 26 horas de retraso. El concierto fue horroroso, aquello fue todo un acople, todo el concierto pitando todos los micrófonos; como no tuvimos tiempo de lavarnos y cambiarnos, las manchas de grasa resaltaban con las luces del escenario, la actuación fue un desastre, cuando terminó hablé con un encargado que allí había y conseguí que me adelantara la mitad del total del contrato y fuimos a buscar pensión quedando para volver a la sesión de noche.

Alguien nos había hablado de una pensión en la calle San Bernardo 55 donde vivían flamencos y gentes del ARTE, así que allí nos fuimos. El dueño, un simpático hombre bajito y gordito de unos 50 años nos atendió, y aunque sólo tenía una habitación libre nos dijo que si no nos importaba, en unas buhardillas de arriba, que aunque no podía alquilarlas a nosotros nos haría el favor y nos cobraría menos que si de unas habitaciones normales se tratase. Nos pareció estupendo ya que las buhardillas estaban bien, nos dejaban aparte del trasiego de la pensión (así podremos fumar tranquilos) y además siempre es bonito ver los tejados de Madrid. Le pagamos como era costumbre una semana por anticipado y nos lavamos y cambiamos, bajamos a comer algo y nos fuimos a la discoteca con idea de poner el equipo a punto y así poder debutar en la noche madrileña.

Todo inútil. Cuando llegamos al TOP HAT nuestro equipo estaba en la calle, en medio de la Gran Vía y el único de la sala que allí había no nos dejó ni entrar a recoger cosas del camerino, las sacó él y nos contó que al encargado que me había pagado lo habían echado y que teníamos prohibido volver por allí.
-¡Qué corte, tío!- decía Antoñito -¡Pa que veáis lo que son las vibraciones y la falta de compás!

Henry no entendía nada y Julio y yo estábamos preocupados por dónde guardar el equipo, que en dos taxis llevamos a un local de ensayo, FAICO, en Embajadores. Con el dinero que nos quedaba decidimos quedarnos en Madrid a la espera de nuevos contratos. Yo había estudiado Preuniversitario en Madrid en el curso 69-70, en realidad, desde Marzo del 70, por un error policial y judicial, incluso estaba judicialmente desterrado de Madrid durante dos años. O sea, que había vuelto a los pocos meses de haber estado tres días en la DGS, dos en las Salesas y 12 días en el psiquiátrico penitenciario de Carabanchel. Y luego desterrado con prohibición de volver a Madrid, así que estaba preocupado. Me ponía nervioso (me daba miedo) la posibilidad de encontrarme con las autoridades que me habían buscado la ruina; por eso era una suerte que las buhardillas no fueran legales y que el dueño no pidiera el DNI y se conformara con saber que éramos los Smash, un conjunto moderno.

El Madrid que yo recuerdo del año 70 era frío, gris, opaco, funcionarial; pero también grande y capitalino y por estar fuera de mi entorno familiar me daba sensación de libertad y de experiencia, palabra sagrada que era para mí un objetivo: poder responder afirmativamente a la pregunta de Jimi Hendrix ARE YOU EXPERIENCED? Mi sensación ante la experiencia vital que se daba en España del 70 era como la del Calígula de Camus (el mundo como es, no me gusta) y esa era la sensación del grupo, de Smash y de otros. El mundo era mentira, el miedo y la hipocresía se notaban en todo, era como una impregnación que se sentía en los poros, se sudaba y olía en todas partes. Otros hablaban de la necesidad de transformar la sociedad, concepto y objetivo también sagrado que unido al de Experiencia se traducía en nuestra ideología: en conseguir experiencias transformadoras y en transformar la sociedad mediante performances, happenings, y experiencias continuas, con o sin drogas. Provocar a los burgueses con nuestra imagen, nuestra actitud, nuestras opiniones y sobre todo con la música; es decir, convertir la ideología en forma de vida (yippies o outsiders como nos gustaba llamarnos a Julio y a mi).

Smash junto con su primer LP “Glorieta de los Lotos”, habían publicado firmado por ellos y mi hermano Gonzalo, su productor y manager, un manifiesto titulado “Dialéctica del rollo y estética de lo borde”; la revista Triunfo le había dado sitio en sus páginas (Paco Almazán). La preocupación de entender la realidad y poder transformar la sociedad (realidad social) era cierta en el espíritu de grupo y mío. La oposición real a Franco en ese momento era El Partido, el comunista por supuesto. A nosotros, aquello de la dictadura del proletariado no nos gustaba (por lo de dictadura y por lo de proletariado); nuestro espíritu era ácrata (pide lo imposible), muchos de nuestros amigos y de Gonzalo eran del PCE. Camilo Tejera, Pipo, Porfirio, Amparo Rubiales, Daniel y otros, brillantes líderes, habían sido expedientados en las protestas universitarias del Mayo del 68 sevillano. Porfirio y Camilo llegaron a conducir la furgoneta y a realizar labores de road manager con Smash y con el entonces naciente grupo sevillano del PSOE, los de la foto de la tortilla y otros, nos encontrábamos en cine clubs (Alfonso Guerra) y a veces se reunían en ese centro de reunión y foco de opinión que fue la discoteca Dom Gonzalo, cerrada por orden gubernativa, que Felipe González recurrió y perdió en su primer caso en el Supremo ( me alegro de que luego ganáramos todos con él en la presidencia de un gobierno democrático).

Es decir, el compromiso era real pero nuestra ruptura quería ser total en fondo, en formas y hasta en referencias, ya que todas las referencias históricas, políticas y culturales habidas hasta ese momento no habían evitado el millón de muertos de la guerra civil española, los 50 millones de muertos de la segunda guerra mundial, los millones de muertos de la guerra de Corea y los que estaban muriendo en la de Vietnam. O sea qué no. La única forma era la sinceridad, el amor, la relación valiente, sin prejuicios, sin miedos, sin tapujos para que, al no confluir ocultos intereses espurios, pueda suceder siempre lo mejor. ¡Toma ya!

Con esa actitud y circunstancias nos desenvolvíamos en un Madrid prohibido para mí y carente de sitios de reunión. La Cervecería Alemana en la Plaza de Santa Ana como bar, el Retiro y el Obelisco como sitio abierto, eran los únicos lugares de encuentro para hippies y demás aventureros psicodélicos. En J&J, Picadilly, Stones y el 42 se reunían los discotequeros y los golfos. Ahí sí se notaba que Madrid era la Capital; había de todo y venían pocos pero de todas partes del mundo. Una vez dormí en una pensión llena de hippies de todas las nacionalidades y al día siguiente no había nadie, en una redada nocturna, la policía se los había llevado a todos. O sea, que era entretenido.

La presentación de Smash en Picadilly fue un éxito espectacular. Empezó con el tema de Jimi Hendrix “Red House” que tiene una introducción de un solo de guitarra y la voz entra justo detrás de un largo break de batería, diciendo: “At the Red House…” la cantaba Antoñito que se había tomado unas copas de Fernet Branca y por entonces (17 años) era un batería de cuerpo entero, es decir, no tocaba “de muñeca” sino con todo el cuerpo y para recorrer todos los tambores tenía que impulsarse con un salto. Al coger fuerza para hacerlo se cayó de espaldas. Yo que estaba a su lado manejando el Binson de voces me lancé a levantarlo mientras Henry preguntaba “Antoñito ¿qué pasa?”

Mientras le sentaba le hacía señas a Henry para que iniciara otra vez la introducción, así lo hizo y a la segunda vez Antoñito lo hizo muy bien, dio un salto, recorrió todos los tambores y de nuevo sentado cantaba sin dejar de tocar: “At the red house for my young girl..”…. y comenzó a vomitar sin parar de tocar y cantar, los vómitos llenaban la caja y cuando la baqueta marcaba el ritmo saltaba todo lo allí dejado y las luces resaltaban cómo se le iba pringando el pelo, la imagen era completamente underground y psicodélica, el ritmo era perfecto y la voz con gran profundidad. Aquello era puro blues y la actuación fue uno de los grandes triunfos del grupo.

El Auditorio del Parque de Atracciones era lo máximo en el espectáculo de la época, nos contrataron y desde el principio al director de escena y presentador, que era Torrebruno, no le gustamos. Los ensayos fueron difíciles, pero comenzó la actuación y fue un lleno completo, allí había más pelos largos de los que yo había visto nunca juntos, se sabían las canciones, aplaudían las improvisaciones y fue una buena, buena actuación, la comunicación fue total y al terminar los 45 minutos de contrato el público pidió bises. El Parque no permite alargar las actuaciones, por marketing de rentabilidad de las otras atracciones, pero la de Smash no podía pararse y ellos seguían tocando. Me ha tocado discutir tanto en esta profesión de manager de grupos de rock que tuve que hacerlo hasta con Torrebruno. Nos conminó varias veces para parar la actuación, y yo jamás paro a un artista en pleno éxito y Torrebruno desenchufó, fue tremendo, el público rugía. Silvio se sentó en la batería e hizo un solo fantástico y larguísimo. Los empleados del Parque le iban quitando tambores, cuando se quedó sin nada la emprendió con las tumbadoras y se tiró con ellas al foso de agua y gran parte del público con él, ¡todos al agua!

No hubo templanza en la cobranza, algunas veces, como ya sabemos, se puede morir de éxito. Claro, que los problemas con el “establishment” del espectáculo más reaccionario de esa época iban a ser continuos, además era lo que nos gustaba y lo que, de alguna forma, queríamos.

Supongo que la buena y vacilona gente de Als 4 vents, la compañía discográfica, fue la que consiguió el contrato para TVE en el programa del Número 1, Pepe Palau, que cuando los Beatles, seis años antes, habían venido a España, dijo que : “Esos chicos melenudos no llegarán a nada en el mundo y menos en España donde la juventud tiene otras inquietudes”. Lo había dicho hacía seis años y todavía estaba en la cresta, dirigía los más importantes programas y tan contentos. Bueno, cuando llegamos a Prado del Rey no nos dejaban entrar, no creían que fuéramos a tocar, aunque llevábamos todo el equipo. Aclarado el error monté los instrumentos y empezaron a ensayar “I left you”, single a promocionar que era una canción gritada y con una muy contundente y obsesiva batería, se oyó:

-No, no, no, ¿qué hacéis, Smash?- gritaba Pepe Palau dirigiéndose muy en corto a Antoñito.

-¿Qué vamos hacer?, ¡pues tocar!- respondía Antoñito extrañado y mosqueado

-Así no, ¡así no!. ¡La batería no se toca así!

-Ah..¿No?- preguntaba Antoñito completamente cortado

-En mi programa ¡no!, la batería la inventaron ¡los jazzmen! y se toca con escobilla, ¡con escobilla! No con palos.

-¡Oiga!, que nosotros somos de la generación beat, de los Beatles, y beat es golpe y eso es con baqueta- intervine yo.

-Aquí los Beatles no cuentan para nada y en mi programa no se tocan esas canciones de gritos y palos

Le molestaba la canción y el grupo. En fin, que si esto, que si lo otro, y el ultimátum de que no, que lo mejor era que no se tocara. A mi me parecía importante que salieran en televisión y les recordé “Forever walking”, una bellísima balada de Antoñito que éste cantaba muy bien y era sin batería y con xilofón. Se negoció y en eso quedamos. Retiré la batería y empecé a montarlo, mientras tanto estaba ensayando Karina y cuando ya estaba terminando de montar las decenas de piezas metálicas del xilofón, falló una tuerca o algo y se me desparramó entero viniéndose abajo, con un estrépito que aumentaba, tal como rebotaban en los escalones del decorado.

-¡¡¡Smaaaash!!!- bramaba Pepe Palau.

-¡Fuera! ¡Fuera!- llegó gritando enloquecido mientras Karina se paraba mosqueada.

Lo vi todo perdido y me enfadé, paré al Palau en seco y le expliqué que teníamos un contrato, que ya bastaba de poner problemas y que ahora íbamos a montar, ensayar y después haríamos la actuación sin más problemas. Actuaron y quedó muy bien pero lo cierto es que hoy en día, que yo sepa, no quedan imágenes de los primeros Smash en TVE.

Siempre estábamos tiesos y no era porque gastásemos mucho, era que ganábamos poco. Siempre gastábamos más de lo que ganábamos y eso era un problema sobre todo para el señor de la pensión al cual, su mujer seguía empujando y pegándole delante nuestra. Comíamos, de fiado, en una casa de comidas (Fuente del Berro) en la cual yo tenía crédito por haber sido cliente diario el año anterior con mi hermano y los estudiantes con los que convivía antes de mi destierro. Recuerdo que sumando todas las columnas de precios de la carta resultaban algo más de 300 pesetas y una comida buena salía por unas 30 pesetas. Una vez, después de unos días de mal comer, Silvio recibió un giro de 10.000 pesetas, lo que suponía un capitalito.

-Vamos a comer- dijo alguien

-Yo no pago necesidades. Si queréis compramos grifa y nos vamos en taxi a Picadilly – aclaró Silvio rotundo,

Un domingo fuimos al Rastro y conocimos a gente del mercadillo hippy que se ponía debajo de las escaleras, Henry llevaba el violín y con una guitarra y unos bongos que allí había, Julio no tardó en montar un concierto “unplugged”, la gente se empezó a juntar y visto desde las escaleras era un verdadero mogollón.

Smash, a veces, no se llevaba bien con los cables; pero acústicos eran la leche. Tocaron cosas suyas, “The times they are a changin’”, la versión de “Teach your children” fue antológica y causó el delirio de una verdadera multitud coreándola. Estaba claro que tenían gancho, que desparramaban buen rollo. La sorpresa fue cuando las chicas de los tenderetes nos dieron el dinero que habían recaudado, sin que lo supiéramos, para nosotros. Pasamos el domingo juntos y hubo mucho rollo, armonía y buenas vibraciones, quedamos para el próximo domingo y con un vacilón enorme regresamos a nuestra pensión en los tejados de Madrid.

Al domingo siguiente, estando la actuación en su mejor momento, (quizás cuando Julio cantaba “The times they are a changin’”), la policía bajó por las escaleras y fuimos disueltos, nosotros y los espectadores, a empujones y con un enorme corte de rollo. Y es lo que yo digo siempre: ”las actuaciones no se deben cortar nunca”. Las de Smash en el Rastro se cortaron para siempre.

Así que otra vez sin dinero y sin poder pagar la pensión. La dueña ya abusaba de su marido y la situación se hacía insostenible, Julio se había bajado a una habitación legal con su mujer Margarita (tremenda fan de los Beatles), que había llegado de Sevilla con algo de dinero y estaban mejor vistos por la patrona. Silvio se mudó a otra porque llegaba su novia Carolina (rica heredera británica y hippy total), pero Henry, Antoñito, nuestro amigo Manolo y yo no teníamos un duro. El dueño nos lloraba para que nos fuéramos.

Las primeras lluvias del otoño llegaron y Madrid perdía amabilidad, mientras el núcleo de las buhardillas se dispersaba. Tieso como estaba fui a pedirle dinero a Gonzalo y mientras estaba en la casa llamaron al timbre, mi hermano abrió y volviendo por el largo pasillo me dice:

-Javier, es la policía, pregunta por ti.

-(en voz baja) Pues diles que no estoy.

-Ya he dicho que sales.

-¡Ojú tío!… vamos a ver- contesté preocupado y muy asustado mientras iba hacia la puerta donde estaba el inspector, con dos “señores” más.

-(Amigable) Hombre, Javier, tiempo sin vernos.

-(Cortadísimo) Ya, claro.

-Venimos a buscarte, queremos hablar contigo.

-….Pues…… yo……… ahora estoy ocupado…..estoy hablando con mi hermano porque me voy esta tarde para Sevilla.

-(Serio) Venga, déjate de tonterías, acompáñanos.

-(Serio) ¿Adonde voy a ir yo, hombre? ¿Qué quiere usted?

-(En serio y llevándome) ¡Venga, venga, vamos!

No recuerdo qué le dije a Gonzalo ni lo que me respondió pero algo sería y me llevaron, aunque me decían que no iba detenido pero que si me negaba a ir quedaba detenido. Cuando se empeñaron en ir a la pensión me dio un síncope.

-¡Qué no, hombre! ¿Tenéis permiso de registro?

Y ya se pusieron serios del todo con empujones y avasallamientos diciendo que a la pensión o a Carabanchel por haber quebrantado la provisional y la prohibición de estar en Madrid. Intenté explicar que en la pensión casi no me dejaban entrar ni a mi y que les debía dinero y si me presentaba con la policía les iba a dar un pasmo, la patrona iba a matar al posadero y todo para nada porque como ya les había dicho el año anterior, yo no fumaba y en la pensión no iban a encontrar nada de nada y que entonces para qué tanto lío. No hubo manera aunque aceptaron intentar pasar por unos señores amigos que venían de visita (¡oju, vaya plan!).

-¡Qué te he dicho que no! Que ya lo sabes, que a la habitación no subes con nadie- decía el dueño a punto del ataque viendo mi compañía.

Yo, conciliador, le decía que ya sabía las normas, pero que por una vez ¡por favor!, por el bien de todos me dejara subir con estos “señores”.

-¡Arriba no sube ni Dios!- gritó mientras llegaba corriendo la patrona.

- Que te he dicho que ya ni tu subes.

-¡Policía!- dijeron los “señores” volviéndose la solapa.

-¡AAAH mi ruina!- exclamó el dueño tirándose al suelo mientras su mujer lo zarandeaba gritándole y pegándole.

-¿Lo ves, lo ves? Sinvergüenza, hippy de mierda, que no me pagáis y me vais a matar a disgustos, y tu tienes la culpa de todo- le decía al marido.

El inspector los tranquilizaba mientras el dueño se agarraba a él explicándole que los papeles de la buhardilla los estaba esperando y a nosotros ni siquiera nos cobraba; la otra cuando oía lo de cobrar le pegaba patadas y chillaba en un verdadero ataque de histeria. Pero, lo que es el miedo, con dos o tres gritos del inspector cumplieron la orden de darnos la llave y retirarse callados y sin escándalo. En las habitaciones no había nadie y por supuesto ni un porro o por lo menos eso creía yo, pero el registro fue exhaustivo y minucioso a lo que ayudó el pronto encuentro de un libro en inglés que era un completo manual sobre el uso y consumo de todas las drogas desde su cultivo, cosecha, preparación y utensilios para su uso.

-Aja, conque no fumáis.

-Que no, hombre, que eso lo ha traído el guiri pero para vacilar de enrollaos, que ni él ni nosotros fumamos ni ná.

Y de pronto, el gran triunfo. En la costura del interior de un bolsillo apareció una brizna de yerba verde.

-¿Y esto?- preguntó el inspector poniendo con dos dedos la brizna en la palma de su mano.

-¡Ofuú! Eso no es ná- dije yo proyectando el “fu” sobre la palma de su mano y la brizna se voló.

-¡Hijo ****!- me dijo mientras se agachaba buscando lo que no volvió a encontrar, pero se mosqueó mucho y se empezó a poner grosero y a dar por sentado que yo era drogadicto y traficante y que con Smash, yo aprovechaba para vender en los conciertos.

Dijeron que ya era bastante y que para la brigada, que ya veríamos.

En mi anterior “visita” a la brigada y a la Puerta del Sol, ya había visto cabezas hinchadas y cuerpos dolientes, seriamente maltrechos; por lo que cuando ya estaba en el interrogatorio les declaré que efectivamente yo estaba en Madrid de forma irregular y que me pusieran a disposición del juez, pero que me dejaran tranquilo ya que sobre tráfico de drogas yo no sabía nada. La respuesta, después de algún pescozón y tirones de pelos y patillas, fue llamar a un policía armada gigante que me cogió por el cuello de la chupa de cuero y levantándome con una sola mano me llevaba en volandas, sin pisar el suelo, con mi 1´80 cm. largos de altura.

-(Pataleando en el aire) ¡Eh eh! ¡Oiga! ¿Pero, qué hace?

-Ahora te van a dar un repaso y luego seguimos hablando, que nos quedan 72 horas hasta llevarte al juzgado.

- ¡Un momento, hombre! Vamos a hablar ahora que yo no me he negado a hablar con usted.

Y funcionó. Ordenó que me dejaran y que me sentara. Realmente yo no sabía lo que querían, suponía que era su táctica para acojonarme, poco a poco. Lo consiguieron de golpe. Empezaron a preguntarme por un tal “el apache” y se empeñaron en que yo le conocía; la discusión fue muy larga y llena de amenazas, empujones, tirones de pelo y maltrato en general. Lo que me proponían era que yo buscase para ellos a gente que vendiera y en concreto ”al apache” y a un italiano que se suponía iba a una crepería en la calle Goya, la cual yo ni conocía. Querían que yo les comprara costo y sorprendernos en el acto. Me decían que si colaboraba no tendría problemas. Yo alucinaba y les decía que ese era su trabajo y no el mío. Pero no servía de nada y entonces les dije que cómo iba yo a buscar a nadie ni comprar si ni tenía dinero ni coche ni sabía dónde. Me cogieron y me llevaron a la calle, me metieron en un Seat 1500 negro y salimos hacia la crepería de Goya a buscar según ellos al italiano.

Cuando llegamos me dieron 1.000 pesetas y me dijeron que entrara y que si estaba el italiano le comprara. Yo cogí las mil ptas. y entré en el bar que estaba absolutamente vacío, detrás mía entró uno de los “señores” y se puso enfrente mía en la barra en forma de U. Pedí una coca cola y pagué con el único billete mostrándolo bien para que él lo viera. Empecé a beber la coca cola con idea de terminar pronto e irme. De pronto entró un compañero de Instituto, del año anterior, al cual yo le había invitado a fumar por primera vez y con los meses había cambiado. Cuando entró se vino hacia mi con gran cariño y alegría, me abrazó y yo noté que venía “en hippy” y muy puesto y que parte de la alegría era porque ahora me iba a invitar él a mi, lo cual hubiera sido su inmediata ruina. En ese momento me sentí como una bomba a punto de estallar, yo era el hombre trampa y eso no podía ser, así que le dí una ”tragantá” en el cuello y empecé a insultarlo, le llamé niñato de mierda, pijo asqueroso y no sé qué más, pero le ordené tajantemente que se fuera de allí que no quería verlo nunca más. El chaval me quería, me respetaba como gurú. Se desconcertó, se vino abajo, se cortó y se fue. Nunca más lo he vuelto a ver. Todavía me duele.

El espacio se ocupa según el tiempo y mientras menos tiempo estuviese allí, mucho mejor para mí y para Italia en general; de modo que salí y me dirigí donde estaba el coche negro y aceptaron que esa no era la manera. Yo, pensando en irme de Madrid, les dije que me dejaran su teléfono y que les llamaría cuando viese algo, vi que tragaban y me adorné diciendo que “A ver si ahora que voy a meterme en el lío me detienen otros y la cago”. Me dieron suficientes garantías y quedamos que les llamaría no más tarde de tres días. Cuando vi que se montaban en el coche y se iban me entró una flojera en las piernas y me tuve que sentar en el escalón de un portal. No me lo podía creer, se habían ido.¿Se habrían creído que los iba a llamar? ¿Qué iba a trabajar con ellos…? No lo creo, pero entonces sí lo creí y me asusté una barbaridad, porque, por supuesto, no pensaba hacerlo; así que empecé otra vez por el principio, fui a casa de Gonzalo, me dio dinero y me despedí con intención de irme esa misma noche a Sevilla a casa de mi madre, que tenía mi tutela judicial.

Cuando llegué a la pensión no acepté bronca ninguna, le dí lo que pude y subí para hacer el equipaje e irme. Manolito había vuelto y me dijo que los demás estaban “tripeando” en la Casa de Campo con unos ácidos que habían aparecido. Nos fumamos unos canutos y me regaló un bote con ocho o diez “orange-sunshine”. No lo dudé, me tomé dos y empecé relajadamente mi marcha a Sevilla. Cuando empezaba a resoplar noté la necesidad de ruptura y me tomé el bote entero. Manolito me dijo que era una barbaridad. A partir de ahí tomé la decisión de ver lo que pasaba. Bajé y le indiqué a los patrones que me iba a Sevilla en el primer tren, si no esa noche por lo apurado de la hora, lo más tarde por la mañana. Dejé la bolsa en un rincón y cuando iba a salir llegó Antoñito con dos gitanos de “mucho arte” que trabajaban en Los Canasteros. Yo ya resoplaba largo y alto y todo entraba en dimensión, en el compás de las cosas, diferentes espacios juntos, el run run de fondo, con sonidos de claxon, el movimiento indiferente y asustadizo de las aceras se endulzaba con la amabilidad de Antoñito. Me presentó a sus amigos: uno, joven fragante potro de raza noble, y el otro un hombre de tronío, un gitano con mucha clase; recuerdo un impecable traje de franela azul, azul, azul, corbata roja, roja, roja, y tez de bronce, bronce, bronce. Era un señor. Fumaba Rumbo largo con un paquete grande y dorado y esa combinación de colores azul, rojo, bronce, dorado, su movimiento y forma y manera de expresarse eran extraordinarios.

El tiempo es incómodo, el tren de esa noche no se podía coger. Atocha, caminamos, hablamos, Plaza de Santa Ana, Callao es una plaza invernal tan dura como la Navidad fascista. El césped del jardín del Mº del Ejército crece, los soldados de guardia quisieron irse de la mili de entonces. En realidad no llevaba ni siquiera el equipaje, no quería tener equipaje. A todos vence la marihuana que da la ciencia al Ramayana, por eso decidimos ir a comprar. Ellos sabían, pero taxi arriba taxi abajo y en Carabanchel no hay, Lavapíes tampoco. Estábamos en Vallecas, hay que sentir con el cuerpo entero, por eso hay que caminar expandidos ocupando todo el espacio vital, el gitano me aplaudía “bien tío”, lo llevaba bien, fumamos mucho Rumbo, estábamos charlando con unos chavales que tenían grifa y mi amigo el gitano me dijo:

-Javier mira, te presento al “APACHE”.

Lo vi y era Jerónimo, Sitting Bull y todas las tribus. Si él hubiera sabido lo que yo sabía, que no era como podía parecer, me hubiera comido el corazón. Giré rapidísimo y dejándole caer la mano en su corazón le dije:

-¡Aho! “APACHE”, Tu (y le apretaba el corazón) y yo (me palmeaba mi pecho) hermanos (cruzando los brazos en aspa) amigos pero no conocer.

-(Con fuerte acento cheli) Oyes, a este qué le pasa.

-Nada, nada, pero no se te olvide nunca -y volvía con los mismos gestos

-Tú y yo amigos pero no conocer.

-Oyes, ni ácido ni nááá…, eh…

Total, que con una guitarra y unos bongos que tenían nos fuimos el Apache con dos o tres heavys, los gitanos, Antoñito y yo a un descampado cercano y empezamos una buena fumada de grifa. Ellos no habían tomado pildorillas, pero el gitano decía que viajaba conmigo y nos oíamos los cerebros con sus pensamientos y sensaciones, nos sentamos en piedras y Antoñito empezó a tocar y cantar. Yo le escuchaba desde dentro y lo veía desde fuera. Desde arriba nos veía a todos, y cuando todo era bueno era buenísimo y los colores eran agradables, esféricos, de tonos arropadores, brillantes, cálidos, con el espacio cubierto de lluvias de estrellas; pero si alguien preguntaba la hora o pedía un cigarro o cuando se cortaba una canción todo se hacía anguloso, metálico, refulgente, con chispas amenazadoras.

“Forever walking” nos salvó otra vez y nos condujo al cielo. Antonio la cantó masticándola, se veían los átomos de colores en su boca, la garganta era un fuelle, el gitano lloraba de gusto y yo veía la melena de Antoñito y la mía ardiendo en amables llamaradas mecidas al compás, mientras que al percutir con las lenguas de fuego de mis manos en la piel de los bongos se producían unas explosiones rítmicas con estrellas de los más brillantes y variados colores – todas las partículas de los átomos tienen colores cambiantes y es que el desinhibidor que nos desinhiba, buen desinhibidor será. ¡Coño! Después de cada fiesta viene el desmontaje, La relación unitemporal nos impide entrar en ese orgasmo cósmico que alguna vez rozamos. Por eso tuvimos que irnos. Fueron levantándose y yendo hacia la carretera, yo quedé rezagado; cuando voy llegando a ellos observo que tiran para la derecha, que era campo abierto y cuando miro a la izquierda (que era el camino) veo venir a la pareja de la guardia civil. Apreté el paso y les quité la vez, gritando yo mismo “¡Alto!”, quedaron todos sorprendidos. Yo estaba en medio, a mi izquierda Vallecas y la guardia civil, a mi derecha mis colegas y el campo. Dirigiéndome a la pareja, dije:

-Buenas noches ¿verdad que los taxis están por esta parte?

-Si, claro.

-(Dando un paso atrás) Oye, que es por aquí.

Y fueron pasando todos entre la pareja y yo, con la guitarra, los bongos, las melenas golpeando los hombros y saludando muy educaditos.

-Buenas noches.

-Buenas noches.

Uno tras otro en fila india. Y cuando pasó el último

-Adiós, gracias, buen servicio- les dije mientras me iba. Aunque la coletilla de (buen servicio) es sedante benemérito, su efecto no es muy largo; pero a veces hay suerte y cuando ya les oía el cerebro rechinando para gritarnos …

-¡Taxi!- grité yo quitándoles la vez de nuevo. El milagroso taxi paró, los dos gitanos, Antoñito y yo subimos y nos fuimos para el centro. Espero que ganaran los indios, los apaches fueron un pueblo de grandes hombres.

Antoñito se fue con los artistas a Los Canasteros donde ellos trabajaban, yo no vi oportuno acompañarlos ya que seguro daría “el mitin” en un ambiente tan conservador como era el flamenco; para coger un tren para Sevilla tampoco estaba, así que no recuerdo cómo pero me fui a Picadilly y allí entre bailes y charlas alucinadas fue pasando el tiempo sin un canuto para la bajada, que por otra parte tampoco llegaba y de pronto en una salida a la puerta veo venir a mi amigo de Sevilla “el Bony”, trianero dandy, con su bastoncito de caña, perfectamente vestido con traje, abrigo y su maletita. Venía con su novia y una amiga morenaza que había visto alguna vez en Triana.

Bajar no bajaban los ácidos pero (cosa rara en pleno viaje) lo demás subió todo, la morena me excitaba una barbaridad. El Bony me preguntó si yo tenía un apartamento o algún sitio para dormir, yo le dije que sin problemas, que tomáramos algo en la disco y que por allí vendrían unos amigos que tenían apartamento. Esto aunque no fuera seguro, y desde luego yo no sabía de qué amigos le hablaba, era muy probable porque con la presencia de las dos tías y el chocolate que Bony traía, los “amigos” que nos ofrecerían sitio serían varios con seguridad; así que pasamos a la sala y yo me dediqué a la morena. Le hice todo el repertorio de seducción psicodélica que se me ocurrió, recuerdo que mientras bailábamos le decía más o menos “morena tengo la fuerza, podemos ver el universo juntos” y mientras, le pasaba un dedo por la columna vertebral. La recuerdo estremecerse y ver una corriente eléctrica de colores entre mi dedo y toda su columna, que le salía por los ojos de gusto, que ponía….mientras me decía que no, que venía cansada pero como no parecía verdad yo insistía pero la morena era pureta de Triana y no le terminaba de gustar un hippy alucinado como yo.

No sé si por mi dedicación a la morena o porque no vino nadie, el caso es que a las cuatro y media o cinco cerró Picadilly y no vimos a nadie, el Bony, que venía de viaje y con novia, quería irse al apartamento (¿?), la morena ya me había dicho, más bien por activa que por pasiva, que no, que estaba cansada, que tenía el mes y además que no. Total que en la puerta de Picadilly y chungo; pero yo pensaba que tenía posibilidades, así que no me arredré ni rendí y, para ganar tiempo, le dije a Bony que el apartamento estaba por esa calle de enfrente, que en realidad yo no conocía. Fuimos bajando por Clara del Rey, mientras yo seguía dándole caña en la columna a la morena, que seguía estremeciéndose y diciendo que no, sin acritud. Cuando llevábamos algunos minutos andando hacia ninguna parte, y ya me iba a rendir, se oyó una voz del cielo que decía: “¡SMASH! ¡SMASH!“ Miré para arriba y los focos de la calle me cegaron con brillantes y hermosos rayos de colores y respondí: “¡SI! ¡SI!” y la voz por encima de las luces nos pidió que subiéramos.

“¿Qué piso era?” Pregunté a la luz, me respondió y le dije a Bony: “Aquí era.” Subimos y resultó ser el técnico de Daniel Velazquez al que unas semanas antes le habíamos alquilado el equipo de voces, estaba en el balcón esperando la salida de Picadilly porque alguna chica le había dado plantón; así que nos aposentó, nos fumamos unos canutos y el Bony, dejándonos una china, se retiró al único dormitorio con su novia, quedamos el técnico, la morena y yo. Le di un ultimátum diciéndole que yo podía ver el universo con ella o solo, optó por que lo viera solo y me tumbé en un rincón del saloncito el técnico, muy amable, me dio una manta y cansado como estaba y con el cerebro a mil comencé un viaje, de ojos cerrados, lleno de imágenes, colores, velocidad y todo lo demás. No sé cuanto duró mi descanso (no mucho) y me despertó la dureza reventona que me asaltaba por las bajeras y sin poder más, me levanté para comentárselo decididamente a la morena; Pero cuál no sería mi sorpresa cuando vi que, en la otra parte de la L del salón y debajo de la mesa del comedorcito, tapados por una manta estaba el técnico encima de la morena empujando con gemidos placenteros. Yo me desnudé y siguiendo la dirección de la flecha me fui para ellos apartando la mesa diciéndoles que me dejaran sitio; recuerdo al técnico encima de la morena, completamente tapados hasta el cuello, culeando debajo de la manta diciéndome: “¡no cortes el rollo tío!”. La morena me decía que no, que no. Total que impelido por la necesidad reventona me subí a la mesa y allí de pié atendí a mi dureza descargando sobre ellos entre gritos, bramidos y visiones cósmicas. Me caí rodando y después de resoplar un rato, como un ballenato, tildándolos de cortos y de grifotas sin sentido revolucionario de la vida, me vestí y me fui ya de amanecida. Llegué a la pensión, cogí mi equipaje y me subí al primer tren hacia Sevilla, para ponerme bajo la guardia y custodia de mi madre como estaba legalmente obligado, por mi minoría de edad.

Viaje madrileño
por Javier García-Pelayo

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