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Swans @ Shoko (2/10/2014)

La luz está encendida y se está muy pero que muy a gusto en pijama. Recién cenado, recién duchado. Suenan Sleaford Mods por mis auriculares, el dúo de rap británico que visitó ayer Madrid en el marco del VillaManuela con sus bases ligeras y digeribles y su lírica desenfadada característica. Incluso me tumbo en la cama, es domingo joder. Esto no se parece en nada a lo que se vivió el jueves en la madrileña sala Shoko.
Apago la luz y me siento en la silla, para empezar. Solo me ilumina la luz de la pantalla del ordenador. Hago click en Lunacy, la canción que abre el doble álbum The Seer con el que Swans se situaron definitivamente hace un par de años en la cima del post-rock, el post-punk y demás posts que se os ocurran. Como tantas otras veces, se que inicio una lucha conmigo mismo, contra mi sensibilidad, mi cerebro, mi autoestima y, sobre todo, contra mi capacidad auditiva. La música de Swans cuanto más alta, mejor. Conozco la letra a la perfección y me recreo íntimamente como parte del coro de Michael Gira. "Lunacy, lunacy, lunacy..." Ya me siento, de nuevo, como un maldito espectro, como un zombie ávido de cerebros. Ya siento el miedo, siento la emoción, el éxtasis y una profunda depresión. Ya me siento, en pocas palabras, un poco más cerca de como me sentía el jueves a eso de las 9.30 de la noche. 

Cuando vi que la fecha de la primera jornada del VillaManuela coincidía con la del concierto de Swans en Madrid de la gira con motivo del nuevo álbum de la banda publicado este mismo año, To Be Kind, que les ha llevado por nuestro país con tres fechas en Barcelona, Madrid y Durango, no dudé prácticamente ni un instante. Un instante de duda provocado por varias bandas que me interesaban y unos Holy Fuck a los que tenía unas ganas inmensas de ver. Pero fue solo eso, un instante, un cortísimo periodo de tiempo, lo que tardé en ponerme un vídeo en youtube de la infernal orquesta de Michael Gira interpretando Frankie M. Ya lo había vivido en directo y aunque no estaba seguro de si no quería volver a estar cerca de ellos jamás o de si quería tenerlos en mi salón cada tarde perturbando gravemente a mis vecinos, decidí rápido. Si Swans visitan vuestra ciudad, no dudéis, por favor. Sabía que tenía que estar allí, así que por ello dejé el T Club donde estuve viendo a Girl Names abrir decentemente el VillaManuela y me puse camino de Shoko en un viaje en metro en el que estuve debatiendo internamente si salir corriendo en dirección a mi casa y huir de la que sabía que me iba a caer encima. Cuando llegué, la cola llegaba hasta el final de la calle. "¿Es que nadie quiere ver a los teloneros?" Se preguntaba alguien. Desde luego, toda esa gente estaba allí por Swans. Estaban allí como yo, porque sabían que debían estar. Algunos no sabían lo que iba a pasar, pero les quedaba muy poco. Dentro, la neoyorquina Margaret Chardiet, también conocida como Pharmakon, estaba dando una más que digna introducción. Sentado, con una pose como de soldado descansando antes de la batalla, contemplé bien a gusto como profería toda una serie de gritos, improperios y ladridos acompañada del ritmo minimalista, machacón y tal vez excesivamente alto que programaba con ayuda de un sintetizador.
Cuando acabó, me levanté como en trance a coger un sitio que me permitiese vivir (y no, no digo disfrutar) la experiencia que se iba a desarrollar a posteriori de una manera óptima. Esto es, ni muy cerca ni muy lejos del escenario, evitando la ruptura de alguno de mis tímpanos pero contemplando el lugar con la amplitud necesaria.
Frankie M. La broma del HD deja de tener gracia.
Pasé diez minutos observando, simplemente, acongojado. Acongoja, claro, que haya un micrófono apuntando directamente a un amplificador. Acojonan también unos 7 u 8 amplificadores colocados como una muralla cubriendo prácticamente la totalidad del espacio del que dispondrían los músicos. Impresionan de otra forma un enorme gong y una fila de campanas tubulares. 
Poco a poco van apareciendo los miembros. Eso también acojona. Cristopher Hahn, teclista, se sitúa al frente de su teclado sin dedicar al público ni una triste mirada de compasión. Comienza a toquetear, a arrasar, a no dejar de presionar las teclas. Se arremanga y parece aún más duro que un momento antes. El batería toma asiento y aparece Thor Harris a la percusión. Que animal. Aún conserva la camiseta pero no va a durarle mucho. Melenudo y musculoso, hace honor a su nombre como pocos. Sonríe y nos dedica un gesto muy zen juntando las palmas de sus manos. Comienza la ya mentada Frankie M. Pasan diez minutos en los que se construye una intensa barrera musical que se complementa a la perfección con las caras y el sudor de la gente. La manera en la que Harris golpea su gong, como levemente y distribuyendo los impactos alrededor de toda la superficie. Esa forma de Hahn de contonear sus pies cuando aprieta una tecla demasiado fuerte. Todos son detalles en los que centrarse para intentar dejar de lado el hecho de que ya te duelan los oídos y que solo haya pasado un "ratito".
Hasta que aparecen guitarrista, batería y Michael Gira. El líder de todo esto, el que maneja todo el cotarro. Así parece que quiere hacerlo notar. Deja que se noten, por supuesto, la melancolía y los remordimientos en su voz cuando se acerca al micro por primera vez. Alude al consumo y la adicción a la heroína. Unos primeros cuarenta minutos hasta la primera pausa que acaban haciéndose dolorosos. La pausa que llega como un oasis de remanso y felicidad. Tomas aire, sacudes la cabeza como no creyéndote nada, miras el móvil. Conoces el setlist de antemano, quedan otras cinco. Como esto sea así todo el rato...


No hay tregua y comienza A Little God in my Hands, uno de los estandartes del To Be Kind. Un disco que, desde luego, es de todo excepto amable. El camaleónico Thor se hace cargo de la sección de vientos y por un momento todo es más relajado que unos instantes antes. Hasta que deciden tocar a la vez todos los instrumentos disponibles al máximo volumen. En varios estallidos a lo largo de la canción es inevitable llevarse las manos a las orejas. Gira se retuerce, entusiasmado. Mueve brazos y manos en todas direcciones. Disfruta. Supongo que es a esto a lo que se refiere cuando habla de llevar la música un paso más allá. La melena grisácea le cubre ocasionalmente el rostro. De repente, el batería se lleva un silbato a la boca y sopla hasta casi desmayarse. Te miras con alguien que está cerca. "Exagerado, por favor" Parecen decir vuestras muecas. Salvaje. La canción parece que no va a acabar nunca, sin más. "¿Y si no acaba nunca?" Te preguntas. No sería capaz, entonces, de abandonar jamás el lugar. Cuando te quieres dar cuenta ya ha pasado una hora y llega otra pausa. Aplaudes y todo el mundo aplaude. Gira sonríe, agradecido. 

Como buen adepto a su religión, sabes lo que viene después. Media hora de Apostate, de The Seer. El que le apodó a los Stones como Sus Satánicas Majestades jamás imaginó que algún día poblaría la tierra una banda como Swans. Y de hecho, no parece que la pueblen del todo. Hacen cosas mucho más propias de quién puebla un jodido infierno. A mitad de la canción tal vez alguien les bajase un poco volumen. Desde aquí, gracias tío. Al final del tema Michael Gira sacude la cabeza mientras emite extraños ruidos y sonidos. Algo así como una discusión consigo mismo. "It´s not in my mind, na a na na not in my mind" O con una versión demoníaca de su persona, mejor dicho. La imagen de la portada del álbum se me viene inevitablemente a la cabeza y entonces el ruido cesa para que el batería pueda culminar la faena golpeando cajas, bombos y platillos a su aire. Al final resopla, aliviado. El bajista, probablemente el tío más normal de la banda, se mira cómplice con el guitarrista. Se saben agitadores, se saben infernales y, lo que es más extraño aún, son conscientes de lo locos que están.

Llega un momento en el que inevitablemente pierdes la noción del tiempo. Si antes te esforzabas en distinguir cada tema e incluso hacer alguna anotación en mi caso, ahora te entregas al viaje y dejas que te destroce el cerebro. Just a Little Boy resulta ser mucho más relajada, al menos hasta que Gira vuelve a tomar el protagonismo. Amortiguada su presencia por una ligera percusión y un hipnótico bajo, su voz nos enumera diversos vientres en los que ha dormido. En el de una mujer, en el de un hombre, un ritmo... "And I sleep, in a belly of a...." Hasta que, por supuesto, vuelve a enfadarse y a pelearse con alguien inexistente. Como a lo canto de sirena, profiere un terrible lamento. "I need love....." Alarga la "o" durante un tiempo que parece convertirse en infinito, y los efectos vocales le dan aún más rabia, hacen aún más aterradora su interpretación. 

La formación al completo saluda finalmente al público.
Durante lo que queda de concierto, que se alarga hasta un tiempo total de dos horas y media, la banda continua jugando con nuestros sentimientos sin piedad alguna. Para terminar, utilizan un medley de sus temas Bring The Sun y Black Hole Man. Thor Harris termina de sorprenderme finalmente cuando agarra un clarinete en un momento de la misma y añade aún más ruido. Michael Gira se saca de la manga una larga cuerda de cascabeles que miro con terror y los sacude complaciendo mis más oscuros deseos. "I´m a black hole man" canta al final del concierto en varias ocasiones antes de que su voz quede sepultada por un tremendo agujero negro musical. Yes, you are. Swans ponen fin a la agonía y el público lo agradece fervientemente. Todos lo hemos pasado mal, hemos sufrido y estamos agotados. Pero queda fuerza para agradecer que nos hayan pasado por encima de una forma tan bestial. Michael se despide con un delirante aullido: "AMOOOOR", grita. Que cabronazo. Conscientes o no de lo que acaba de suceder, la gente enfila el camino a la salida y disfruta de la añorada bocanada de aire fresco. Me meto en el metro aturdido, indefenso. Ni siquiera tengo fuerzas para lamentar el madrugón que me iba a joder el día siguiente. Me planteo todo, la vida, la muerte, la propia existencia, el dilema del huevo y la gallina... Y no saco nada en claro. Solo que, por favor, si la música debe seguir un camino, que siga el camino de Swans. Me cuesta mucho valorar, tanto en esta crónica como en este simple y reflexivo final, la labor de esta banda en lo que a a vanguardia e innovación se refiere. Ojalá muchas más bandas así. Bandas con la capacidad de hacernos sentir tal cantidad de cosas... De transportarnos a tan oníricos lugares, por muy infernales que sean. No tengo palabras, hace ya tiempo que se me han acabado los adjetivos. Gracias.

Alv.

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